Mi planta de naranja-lima de José Mauro de Vasconcelos narra duramente la historia de un niño de cinco años llamado Zezé que tristemente sabe lo que es ser pobre y los malos tratos, él y su familia se mudan a una casa en la que hay una arbolito de naranjo, lo bautiza ("Minguito" o "Xururuca") y lo convierte en su amigo imaginario al que le cuenta todos sus secretos, como se siente y las cosas que le pasan.
Este libro me lo leí en el colegio, cuando tenía unos 15 años al principio no me enganchaba, pero en el capitulo de la navidad (creo), me impresionó de tal manera que me lo terminé en dos días, estaba conmovida por la manera, la ternura con la que está escrito y, la sensación y las sonrisas que te saca ante su manera de ver el mundo desde un niño marginal. Me hizo llorar como si me pasará a mi, es una historia desgarradora, que te hace replantearte casi todo, es uno esos libros que te hace cambiar un poquito la manera de ver el mundo. Es muy dura y muy real, tiene tintes autobiográficos, describe la sociedad de Brasil de hace cincuenta años, pero que sigue estando presente tras las fotografías de las guías turísticas.
«La casa se fue vistiendo de silencio, como si la muerte tuviese pasos de seda. No hacían ruido. Todo el mundo hablaba en voz baja. Mamá se quedaba casi toda la noche cerca de mí. Pero yo no me olvidaba de él. De sus carcajadas. De su diferente pronunciación. Hasta los gritos de los grillos, allá fuera, imitaban el trac, trac de su barba. No podía dejar de pensar en él. Ahora ya sabía lo que era el dolor. Dolor no de recibir golpes hasta desmayarse. No de cortarse el pie con un pedazo de vidrio y recibir puntos en la farmacia. Dolor era eso que llenaba todo el corazón, con lo que la gente tenía que morirse, sin poder contarle a nadie el secreto. Dolor era lo que me daba esa debilidad en los brazos, en la cabeza, hasta en el deseo de dar vuelta la cabeza en la almohada».
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